Sr. Presidente, bienvenido a Irakistán.

A partir de 2002 el gobierno estadounidense acusó a Iraq de mantener vínculos con la red Al-Qaeda y de poseer armas de destrucción masiva. Si bien estas afimaciones nunca fueron sustentadas debidamente, se lanzó un ataque seguido de la invasión de Iraq en 2003. El subsecuente conflicto aumentó la violencia en el país y condujo al derrocamiento del presidente Saddam Husein, quien tras ser capturado y juzgado, fue finalmente ejecutado en la horca por crímenes de guerra en diciembre de 2006

Sr. Presidente, bienvenido a Irakistán Por: Ricardo MartínezEsta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. El 27 de diciembre de 1979, 700 tropas soviéticas ocuparon la ciudad de Kabul. De esta manera se dio inicio a una guerra de ocupación que duró nueve años y que para muchos expertos fue un hecho clave en el colapso de la Unión Soviética un año después, en 1989. Los soviéticos —como los ingleses en el siglo XIX y hasta las tropas de Alejandro Magno en la Antigüedad— abandonaron el país con el rabo entre las piernas (de hecho, ningún ejército extranjero ha ganado una guerra en Afganistán). Después de nueve años, fueron forzados a retirarse del país por los mismos guerreros que, dos décadas después, son conocidos como “Al-Qaeda” o “talibanes”.  En aquel entonces, como peleaban contra los soviéticos, los insurgentes recibieron ayuda, financiamiento y entrenamiento de parte de Estados Unidos. En 1998, la revista francesa Le Nouvel Observateur entrevistó a Zbigniew Brezinski, asesor de Seguridad Nacional de Jimmy Carter. Al ser cuestionado por el financiamiento a la resistencia Mujahadeen (inclusive 6 meses antes de la invasión soviética), Brezinski, con cierto morbo, declaró tranquilamente que “no empujamos a los rusos (sic) a intervenir, pero conscientemente aumentamos las probabilidades de que eso ocurriera”. (Des)afortunadamente, la historia se repite. Vaya si lo hace. A principios de mes el jefe de las Fuerzas Armadas británicas en Afganistán, Mark Carleton-Smith, declaraba a la prensa de su país que “no vamos a ganar esta guerra. Si los talibanes accedieran a negociar, sería el tipo de progreso que terminaría con un conflicto como este”. Estas declaraciones, sumadas al recrudecimiento de la violencia (desde mayo mueren más soldados en Afganistán que en Irak) y a la crisis financiera que atraviesa Estados Unidos han llevado a varios analistas a presagiar que los norteamericanos —después de 7 años de invasión y con el talibán más fuerte que nunca— sumarán su nombre a la larga lista de imperios que han iniciado su ocaso en las montaña afganas. Por otro lado está Irak. Una guerra que ha costado cualquier cantidad entre 566 billones (National Priorities Project) y tres trillones de dólares (Joseph Stiglitz, premio Nóbel de economía). Una guerra en la que han muerto alrededor  de 1.2 millones de iraquíes (“No contamos los cadáveres ajenos”, dijo en Noviembre de 2003 Donald Rumsfeld a Fox News) y cerca de 4200 soldados estadounidenses. Una guerra que levantó un escándalo de tortura que idignó al mundo entero. Una guerra absurda e ilegal que ha destruido un país y ha creado un legado de odio que tardará décadas en ser superado. Una guerra, en fin, en la que nadie, ni los mismos soldados estadounidenses, sabe lo que están haciendo allí, aparte de matar y morir. El siete de octubre, durante el segundo debate presidencial, al ser cuestionado sobre las cosas que no entendía, Barack Obama respondió: “no entiendo como terminamos invadiendo un país que no tenía nada que ver con el 11-S”. Más claro, el agua. GUERRA BUENA Y GUERRA MALA El criterio de Obama con respecto a las guerras que enfrenta su país se podría reducir a seis palabras: Afganistán Sí, Irak No, Pakistán quizás. En un artículo publicado el 14 de julio por el New York Times titulado “Mi Plan Para Irak”, el demócrata aseguró que “podemos retirar nuestras brigadas de combate a un ritmo que nos permitiría estar fuera en 16 meses. Luego de esto, una fuerza residual llevará a cabo misiones limitadas”. Obama no dio detalles de qué tan residual sería esa fuerza y qué tan limitadas serían las misiones, pero si aseveró que “terminar esa guerra [Irak] es esencial para poder cumplir nuestros objetivos estratégicos, empezando con Afganistán y Pakistán. Como presidente, empezaré por proporcionar al menos 2 brigadas de combate adicionales para apoyar nuestro esfuerzo en Afganistán”.  Asimismo, el demócrata ha llegado a decir varias veces en los debates presidenciales que hay que “matar a Osama bin Laden” y que “intervendremos en Pakistán si lo hallamos necesario”, lo que ha supuesto una decepción para muchas personas que han visto, perplejas, el giro hacia la derecha que ha dado Obama en los últimos meses. Aún así, muchos aseveran que las promesas de campaña suelen diferir grandemente de lo que sucede durante una presidencia. A la luz de esto, creen que Obama se ha visto obligado a apoyar una guerra –Afganistán, para mantener contenta al sector más “belicoso” de la sociedad norteamericana—y rechazar la otra: Irak, que casualmente es la más impopular. 100 AÑOS EN IRAK Si la posición de Obama puede ser resumida en cuatro palabras, la de McCain puede resumirse en una: Victoria. Sea lo que sea que entienda el senador republicano por “victoria” en cualquiera de las dos guerras, ha logrado reducir la complejidad de dos invasiones –que llevan siete y cinco años— de manera admirable.  Por supuesto, las palabras de Carleton-Smith parecen no importarle a McCain (ni a Obama, en todo caso). Tampoco el hecho de que, en palabras del periodista inglés Robert Fisk “el Talibán ya controla la mitad del país y, tristemente, es cada vez más aceptado por la población. [El presidente Hamid] Karzai sólo gobierna dentro de su palacio, y con la ayuda de tropas extranjeras”. Los miles y miles de iraquíes y estadounidenses que mueren o son heridos (léase mutilados) a diario, los miles de niños que crecen en un país destruido y que aprenden a usar un arma y odiar a Estados Unidos antes que a hablar son sólo “daños colaterales” para el “maverick” republicano. John McCain considera inaceptable que su oponente demócrata piense en retirar las tropas de Irak. Para McCain esas tropas vendrían “derrotadas y humilladas”, lo que, a su juicio, es aún peor que regresar en ataúdes o sillas de ruedas. En nombre de la victoria, McCain dijo en un mítin republicano en enero (New Hampshire) que “no le importaría” que EEUU “pasara 100 años” en ese país. A pesar de que luego matizó el comentario, pocos en Estados Unidos dudan de que el republicano hablaba en serio. EL FUTURO El panorama en Irak se torna complicado para las fuerzas norteamericanas. El borrador de acuerdo para regularizar la presencia extranjera en Irak tiene altas probabilidades de no ser aprobado por el Parlamento iraquí. Contrario a su homólogo afgano, Nuri al-Maliki, presidente iraquí, ha tomado una posición bastante nacionalista y está exigiendo la total retirada de las tropas extranjeras con fechas concretas. Por otro lado, el clérigo chií Muqtada al-Sadr goza de una creciente influencia y podría convertirse en una amenaza populista más pronto que tarde. Hace pocos días logró reunir a cientos de miles de personas en Baghdad para protestar contra la propuesta de acuerdo. Y es que, a lo largo de la Historia, el único resultado palpable de las invasiones ha sido el legado de odio del invadido hacia el invasor (con nuestro querido Panamá siendo la excepción que confirma la regla): la popularidad de Al-Sadr y la del mismo Talibán lo confirman. Quien gane la Casa Blanca deberá hacer frente a la retirada de las tropas (guste o no a McCain), ayudar a reconstruir el país y así intentar aminorar los efectos a largo plazo en una población cuyo pan de cada día durante cinco años ha sido la violencia, la humillación y el odio. En Afganistán, sin embargo, el desastre es aún mayor. Al menos la mitad del país ha vuelto a caer en manos del Talibán, que a la postre ha aumentado su popularidad entre la población civil. El gobierno estadounidense, preocupado, ha nombrado a David Petraeus –a quien se atribuye la reciente disminución de la violencia en Irak— como Comandante en ese país, puesto que asumió el pasado 31 de Octubre.  Pero no todo es guerra. El Gobierno afgano y el Talibán sostuvieron una reunión en Arabia Saudita y el 28 de octubre la agencia Reuters informó que los Gobiernos de Pakistán y Afganistán están dispuestos a establecer negociaciones con los líderes del Talibán, en lo que parece la única salida –tal y como apuntaba Carleton-Smith—a un conflicto que cumplió recientemente su séptimo aniversario y en el que –vergonzosamente—no se sabe la cantidad de personas que han muerto, mucho menos la cantidad de civiles. 

“Desde estas montañas vencimos a Alejandro Magno, a los ingleses  y venceremos a los soviéticos”. Éstas palabras, dichas por Sibghatullah Mojaddedi –presidente de Afganistán en 1992 y actual líder del Frente Afgano de Liberación Nacional— al periodista estadounidense Eric Margolis, terminaron por ser proféticas. Mojadeddi no incluyó en la frase, sin embargo, la vital ayuda que recibió del Gobierno estadounidense, que entrenó y dio armas a los insurgentes afganos –entre los que se encontraba un tal Osama bin Laden—para expulsar al invasor. Hoy, con los papeles invertidos, Estados Unidos ruega que las palabras proféticas de Mojaddedi no se vuelvan a repetir. Cría cuervos y te sacarán los ojos.

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